Ariel Ruiz i Altaba
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Lo que dejamos atrás son rastros de nuestro paso por el mundo. Pero los rastros sobreviven en la mente después de que nuestro cuerpo físico desaparezca, reemplazando o coexistiendo con otros, formando una superposición de hechos y ficciones a la que llamamos historia. Nuestra memoria representa el fabricante de los rastros perdurables, el portador de una continuidad, el mago que soporta nuestra ilusión de concreción y de consecuencia. Los rastros de nuestros cuerpos son la aserción más singular y objetiva de nuestro ser. Los rastros son la marca indeleble de un momento innegable capturado por el fotograma: así es cómo éramos. Pero los rastros perduran en nuestro recuerdo y adoptan nuevas cualidades, se transforman en nuestras mentes a través de la función de redes neuronales que seleccionan una historia consistente (conveniente). Éstas hacen singulares nuestros deseos, objetivo nuestro presente y crítico nuestro pensamiento. Nuestra mente nos da un equilibrio entre lo real y lo imaginado, entre lo concreto y lo posible.

Rastros presenta imágenes que fluctúan entre las siluetas innegables capturadas en un instante que tuvo que haber existido y las posibilidades que nuestra mente puede imponerles, representadas por imágenes de neuronas. El drama de la multiplicidad de nuestro pensamiento y la singularidad de nuestro presente está acentuado en estas obras por la transformación de cada pieza (fotografías viradas a mano) a través de la pintura en una especie de proceso alquímico, reemplazando la plata por selenio, hierro, sulfuro, cobre…

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