Ariel Ruiz i Altaba
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Cierra los ojos y piensa en alguien a quien conozcas bien. Imagina su rostro. Delinea sus cejas, sus labios, el color de su iris y de su pelo. Concreta la forma de su nariz, el tamaño de sus pupilas, la prominencia de sus pómulos. Imagina su mirada, la forma cómo se sostiene la cabeza... La individualidad permanece aunque no podamos recordar cada aspecto de la persona en la que estamos pensando y, sin embargo, podríamos reconocerla en cualquier sitio, en cualquier momento. ¿Qué es lo que recordamos entonces? La memoria busca entre la descomposición del retrato a través del tiempo, salvado por la capacidad de nuestra mente para reconstruir, hasta cierto punto, lo que está ausente. ¿Pero qué sucede cuando el sujeto carece de identidad y, sin embargo, es (era) un individuo? ¿Cuándo es que el rastro de una persona se convierte en nada más que eso? ¿Qué es lo que delimita la frontera más allá de la cual la memoria fracasa? ¿Podemos saber quién eran realmente las personas desconocias a quienes sólo el fotógrafo dotó de realidad? Memoria presenta retratos que se descomponen ante nuestra mirada-literalmente por la interferencia de imágenes de nuestro cerebro- y que nos piden (los sujetos nos piden) desesperadamente que los reconstruyamos para preservar su identidad y su personalidad. Pero sólo podemos imaginarlo, revelando la identidad como lo que realmente es: una ficción verdadera.

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